Saturday, December 3, 2011

Cuatro poemas de Andrea Zanzotto
















Sylva

Finita, ayer, mi corazón te dijo.
Y aún principio no tenías
y aún no estás en el principio
y siempre eres anuncio del principio.
Intacta, fortificante piedra.
Mundos, furor nítido,
heridas innúmeras excelsas.
Cuerpos y ojos en joyero y cuna, cuerpos
cándidos, células
de activas nieves,
móviles cuerpos ternuras
en la mano, terror
en el alma, bruñidas
fosforescencias sobre tormentas y fallas. Yo
yo os reclamo, yo soy.
Todo aún: otras irisadas vivaces
tentaculares psiques,
otros escombros llenos de semillas,
otros misterios latentes, todo
aún
todo por consumar y por servir.
No tiene principio el amor.
“Ahora torna el año, sobre este cerro…”

Y frondas foscas sombrío en el fondo
del bosque, del único bosque,
del bosque eterno me hacen, me viven,
me murmuran
en miles de coros oscuros.





Subnarcosis

Pájaros
crudo infinito trino
sobre un árbol de invierno
algo crudo
quizás no verdadero pero único
resplandor de un posible
infantilmente ahumano
pero cierto en nosotros que escuchamos
                                          –alarmados– lejos
                           –o incluso apaciguados–  lejos  
Pájaros toda una ciudad
grávida              cerrada
                                        glorias de glotis
                                        ingenios y liga de doctrinas
un cerrado si-si-significar
ni siquiera infantil pero
adulto oculto en su minimidad

                                                 [dispersas especies de mi sueño
                                                  que nunca volverá].





Culebra carbón o cavaróncol

Bello semblante
de los tallos que te cerraban
                                    descortezas los miembros
                                    por los tallos profundos, profusos de amante oscuro

Casta como filo de espada
orca y arpía por la castración
                                    inmensa en la floresta tanto que
                                    aun cuando haya un trasplante cruento arriesga
                                    y mucha linfa llora por ello
                                    y Norma en cualquier lado se desmaya en dolores capilares

Sede de astrología astronomía
bienes inviscerados por cuerpos de bosques,
mapa, ombligo de tautologías.
                                    El cavaróncol asume
                                    todo el carbón que es bosque amante oscuro,
                                                                                                carbón luz.






Río al alba

Río al alba
agua infecunda tenebrosa y leve
no me arrobes la vista,
no las cosas que temo
y por las que vivo

Agua inconsistente agua incompleta
que hueles a larva y traspasas
que hueles a menta y ya te ignoro
agua luciérnaga inquieta a mis pies

de dactilografiadas logias
de flores demasiado queridas te desprendes
te inclinas y vuelas
más allá de El Montello y del inmaduro amado rostro
porque yo nada espero de la primavera. 





                                                               Traducción de José Luis Fernández Castillo

Friday, September 30, 2011

El horror según Gottfried Benn

















Ciclo

La solitaria muela de la prostituta
que murió sin identificar
tenía un empaste de oro.
La había abandonado el resto de sus dientes
como por tácito acuerdo.
La muela, la arrancó el empleado
de la morgue, la empeñó
y se fue a celebrarlo.
Porque –dijo–
sólo la tierra debe regresar a la tierra.  




Un hombre y una mujer atraviesan la sala del cáncer

El hombre:
Aquí en esta hilera están los vientres malogrados
y en esta están los pechos malogrados.
Cama tras cama pestilente. Las hermanas
se turnan cada hora.
Ven, levanta con cuidado esta colcha.
Mira la grasa hinchada y los humores podridos,
que fueron para algún hombre preciosos un día
y representaron la embriaguez y el hogar.
Ven, mira esas cicatrices en el pecho.
¿sientes el rosario de nudos pequeños?
Toca tranquila. La carne es blanda
y no le duele.
Esta de aquí sangra tanto como treinta.
Nadie tiene tanta sangre.
A esta le tuvieron que seccionar
un niño de su vientre canceroso.
Se les deja dormir. Noche y día. A los
nuevos se les dice: te sentirás
mejor si duermes. Sólo los domingos
para las visitas los espabilamos un poco.
Aún toman algo de comida.
Tienen escaras en la espalda. Mira las moscas.
A veces las hermanas los asean. Como quien
limpia muebles.
Aquí en cada cama crece un pequeño solar.
La carne se nivela con el polvo.
Los rescoldos se apagan.
La savia se apresta a fluir. Llama la tierra.




Una bonita juventud

La boca de una muchacha que ha yacido
durante largo tiempo entre los juncos
se mostraba tan roída.
Cuando le abrimos el torso,
el esófago estaba por completo agujereado.
Finalmente, en una cavidad bajo el diafragma,
encontramos un nido de jóvenes ratas.
Una de sus pequeñas hermanas estaba muerta.
Las otras vivían de roer riñón e hígado,
apuraban la helada sangre y habían
disfrutando allí de una bonita juventud.
Y diligente y bella fue también su muerte:
las echamos a todas al agua.
¡Ah, cómo chillaban
por sus pequeños hocicos!      




                                          Traducción de José Luis Fernández Castillo

Tuesday, September 20, 2011

Nakamura Takumi: un fragmento del diario poético "El sonido del agua" (水の音)












  


A veces está uno haciendo cualquier cosa, concentrado en la lectura o la caligrafía por ejemplo, y de pronto surge la impresión de que la realidad –ese instante, los objetos que me rodean, el encadenamiento de causas y efectos que sostiene el equilibrio del mundo– va a detenerse, a alterarse dramáticamente, a romperse por algún sitio y revelar su falsedad profunda; en algún instante va a aflorar un pequeño hecho sobrenatural –la ingravidez de un objeto, la combustión espontánea de un pedazo de papel– y ese pequeño hecho va a abrir consigo el abismo por donde caerá mi vida, mi memoria, mi cuerpo.   

                                
                                                               
                                                                  Traducción de José Luis Fernández Castillo