Thursday, May 26, 2011

Un soneto de Giordano Bruno




















Si vuela a su esplendor la mariposa
no sabe que llama es la que le altera,
si el ciervo sediento las aguas acosa
no ve la flecha que ronda certera.
Si el unicornio corre hacia la hermosa
ignora el lazo que en su seno espera.
Fuente, luz y regazo, en mi deseo
llamas, saetas y cadenas veo.
Si es dulce el dolor mío
pues este alto rostro así me apaga,
pues el arco divino dulce llaga,
pues este nudo envuelve lo que ansío,
por siempre sea la carne quemada,
el pecho asaetado, el alma atada.



                Traducción de José Luis Fernández Castillo

Tuesday, May 17, 2011

Un haiku de Nakamura Takumi






















La flor que, entera, 
sobrevivió a la nieve
pierde ahora un pétalo. 






                  Traducción de José Luis Fernández Castillo

Saturday, May 14, 2011

Tres poemas de Georg Trakl












   De noche

El azul de mis ojos se ha extinguido esta noche.
El oro rojo de mi pecho. Qué silenciosa ardía la luz.
Tu abrigo azul cubrió al amigo que se hundía.
Su locura sellaste con tu boca roja.



   
   La canción de Kaspar Hauser


                                                     A Bessie Loss

En verdad amaba el sol que descendía púrpura la loma,
el sendero del bosque, el canto del pájaro negro
y la alegría del verdor.

Grave era su morada a la sombra del árbol
y puro su rostro.
Dios habló una dulce llama en su pecho:
Oh, hombre.

Calmo encontró su paso la ciudad en la tarde;
la oscura queja de su boca:
quiero ser un jinete.

Mas animal y arbusto lo siguieron,
casa y jardín de hombres blancos
y su asesino lo buscaba.

Primavera y verano y el bello otoño
del ecuánime, su paso ligero
lejos de los oscuros cuartos de los soñadores;
A la noche, se quedó solo con su estrella;

Vio la nieve caer en las ramas desnudas
y la sombra del asesino en el zaguán al véspero.

El no nacido hundió su cabeza de plata.

 


   La tormenta

Montes salvajes,  la tristeza
sublime de las águilas.
Nubes doradas
humean sobre un desierto pétreo.
Paciente calma respiran los pinos,
los negros corderos en el abismo,
donde de pronto lo azul
extrañamente cesa,
el sosegado susurro del zángano.
Verde flor –
silencio.

Los espíritus sombríos del arroyo
turban el corazón como en un sueño,
oscuridad,
que cae sobre el barranco.
Blancas voces
errando a través de los patios siniestros,
de las desgarradas terrazas,
el rencor poderoso del padre, el clamor
de la madre,
el dorado grito de guerra de los jóvenes,
y un feto
suspirando por sus ojos ciegos.

Dolor, llameante visión
de la gran alma.
Ya estalla en la oscura turba de
carros y caballos
el encarnado horrible de un relámpago
en el abeto resonante.
Magnético vacío
se cierne sobre esta cabeza orgullosa,
melancolía ardiente
de un dios enfurecido.

Angustia, serpiente venenosa,
¡negra, muere entre las piedras!
Entonces caen los salvajes arroyos
de lágrimas,
piedad de la tormenta,
en truenos amenazantes
reverberan las nevadas cumbres.
El fuego
purifica la noche desgarrada. 



                         Traducción de José Luis Fernández Castillo
 

Friday, May 6, 2011

Dos poemas de Dylan Thomas


















DONDE ningún sol brilla, la luz rompe;
donde ningún mar se extiende, las aguas del corazón
en sus mareas empujan;
 pulen las pertenencias de la luz
-rotos fantasmas
que parasitan las luciérnagas-
a través de la carne,
donde a los huesos ninguna carne viste.

En los muslos un ascua
calienta simiente y juventud,
consume las semillas de la edad.
Donde semilla no se agita desarrúgase
el fruto del hombre en las estrellas,
brillante como un higo;
donde cera no hay, la vela muestra sus cabellos.

El alba quiebra tras los ojos;
desde cráneo y puntera como polos,
sangre aventada se desliza en mar;
ni cerca, ni jalón, chorros celestes
al mando del bastón borbotan, adivinan
en la sonrisa un aceite de lágrimas.

Rodea la noche en las cuencas
como luna de brea, el límite de los globos;
el día alumbra el hueso;
donde no hiela, el viento desollante
desprende los vestidos del invierno;
cendal de primavera
cuelga de los párpados.

Rompe la luz en secretos solares,
en vertederos de pensamiento, donde en la lluvia
pensamientos huelen;
cuando muere la lógica,
crece a través del ojo el secreto de la tierra,
y salta la sangre en el sol;
sobre predios baldíos, el alba se detiene.






ESTE pan que parto, en otro tiempo fue la avena, 
este vino en los frutos
de un árbol extraño se abismó; 
hombre en el día o viento en la noche;
abatieron las mieses, arruinaron el gozo de la uva.

En este vino antaño la sangre del verano 
tundió la carne que vistió la viña. 
En otro tiempo en este pan 
gozó la avena al viento; 
deshizo el hombre el sol, abajó el viento.

Esta carne que partís, esta sangre 
que en la vena desola 
fue avena y uva 
de la savia nacida y la raíz sensual.

Mi vino bebéis, mi pan quebráis.




                          Traducción de José Luis Fernández Castillo