Sobre la mesa
Sobre la mesa del bar donde nos sentamos
en el verano amigo, caen las hojas
de los árboles donde los estorninos
se posan, prestos a emigrar.
Mas tú a mi lado tienes queridas
esperanzas. Tienes la tristeza que te marca
de una sombra el rostro joven. Oscuro
es mi llanto, que a los otros y a sí mismo se oculta.
Perspectiva
La gente aprisa dispersa.
En la avenida
hileras de árboles desnudos,
al fondo allá donde se esfuman los campos,
se aproximan –parece– hasta estrecharse.
Y entra aquí un poco de ese cielo lila
que turba y no consuela.
Breve tarde,
demasiado, a la vista, tranquila.
El cristal roto
Todo se mueve contra ti. El mal tiempo,
las luces que se apagan, la vieja
casa sacudida por una ráfaga y que amas
por el mal sufrido, las perdidas
esperanzas, alguna dicha en ella gozada.
Sobrevivir te parece negar
obediencia a las cosas.
Y en el destrozo
del cristal en la ventana está la condena.
Hoja muerta
La encarnada hoja muerta
que el viento arrastra,
el viento y el barrendero,
–bajo el fúlgido cielo cae, ensangrienta
con las otras la calle–
imitaría. Por náusea
de las palabras vanas,
de los rostros sin luz.
Pero tu voz, amable, me habla;
haz que no caiga aún.
Cenizas
Cenizas
de cosas muertas, de perdidos males,
de contactos inefables, de mudos
suspiros;
vívidas
llamas de vosotras me invisten en el acto
que de ansia en ansia acerco a las puertas
del sueño;
Y en el sueño,
con los lazos tiernos y apasionados
que tienen el niño y la madre, y en vosotras cenizas
me fundo.
La angustia
acecha al paso, yo la desarmo. Como
un beato la vía del paraíso,
subo una escala, me detengo ante una puerta
a la cual llamaba en otros tiempos. El tiempo
ha cedido de golpe.
Me siento,
con los pantalones y el alma de entonces
en una luz de fulgor; en el corazón
se abate una alegría vertiginosa
como el fin.
Pero no grito.
Mudo
parto de la sombra hacia el inmenso imperio.
Primavera
Primavera que no aprecio, quiero
decir de ti que de una calle la esquina
doblando, tu presagio me hería
como una cuchilla. La sombra aún leve
de ramas desnudas sobre la tierra aún
desnuda me turba, casi también podría yo
debería
renacer. La tumba
parece insegura ante tu inminencia, antigua
primavera, que más que otra estación
cruelmente resucitas y matas.
Límite
Habla conmigo largamente mi compañera
de cosas tristes, graves, que sobre el pecho
pesan como una piedra; maraña
de males inextricables, que ninguna
mano, tampoco la mía, puede desatar.
Un pájaro
de la casa de enfrente sobre el alero
se posa un instante, al sol brilla, regresa
al cielo azul que lo cobija.
¡Oh, él
dichoso entre los dichosos! Tiene alas, ignora
mi pena secreta, mi dolor
de hombre junto a un límite: la certeza
de no poder salvar a quien se ama.
Traducción de José Luis Fernández Castillo