Saturday, May 14, 2011

Tres poemas de Georg Trakl












   De noche

El azul de mis ojos se ha extinguido esta noche.
El oro rojo de mi pecho. Qué silenciosa ardía la luz.
Tu abrigo azul cubrió al amigo que se hundía.
Su locura sellaste con tu boca roja.



   
   La canción de Kaspar Hauser


                                                     A Bessie Loss

En verdad amaba el sol que descendía púrpura la loma,
el sendero del bosque, el canto del pájaro negro
y la alegría del verdor.

Grave era su morada a la sombra del árbol
y puro su rostro.
Dios habló una dulce llama en su pecho:
Oh, hombre.

Calmo encontró su paso la ciudad en la tarde;
la oscura queja de su boca:
quiero ser un jinete.

Mas animal y arbusto lo siguieron,
casa y jardín de hombres blancos
y su asesino lo buscaba.

Primavera y verano y el bello otoño
del ecuánime, su paso ligero
lejos de los oscuros cuartos de los soñadores;
A la noche, se quedó solo con su estrella;

Vio la nieve caer en las ramas desnudas
y la sombra del asesino en el zaguán al véspero.

El no nacido hundió su cabeza de plata.

 


   La tormenta

Montes salvajes,  la tristeza
sublime de las águilas.
Nubes doradas
humean sobre un desierto pétreo.
Paciente calma respiran los pinos,
los negros corderos en el abismo,
donde de pronto lo azul
extrañamente cesa,
el sosegado susurro del zángano.
Verde flor –
silencio.

Los espíritus sombríos del arroyo
turban el corazón como en un sueño,
oscuridad,
que cae sobre el barranco.
Blancas voces
errando a través de los patios siniestros,
de las desgarradas terrazas,
el rencor poderoso del padre, el clamor
de la madre,
el dorado grito de guerra de los jóvenes,
y un feto
suspirando por sus ojos ciegos.

Dolor, llameante visión
de la gran alma.
Ya estalla en la oscura turba de
carros y caballos
el encarnado horrible de un relámpago
en el abeto resonante.
Magnético vacío
se cierne sobre esta cabeza orgullosa,
melancolía ardiente
de un dios enfurecido.

Angustia, serpiente venenosa,
¡negra, muere entre las piedras!
Entonces caen los salvajes arroyos
de lágrimas,
piedad de la tormenta,
en truenos amenazantes
reverberan las nevadas cumbres.
El fuego
purifica la noche desgarrada. 



                         Traducción de José Luis Fernández Castillo
 

No comments:

Post a Comment