Friday, May 6, 2011

Dos poemas de Dylan Thomas


















DONDE ningún sol brilla, la luz rompe;
donde ningún mar se extiende, las aguas del corazón
en sus mareas empujan;
 pulen las pertenencias de la luz
-rotos fantasmas
que parasitan las luciérnagas-
a través de la carne,
donde a los huesos ninguna carne viste.

En los muslos un ascua
calienta simiente y juventud,
consume las semillas de la edad.
Donde semilla no se agita desarrúgase
el fruto del hombre en las estrellas,
brillante como un higo;
donde cera no hay, la vela muestra sus cabellos.

El alba quiebra tras los ojos;
desde cráneo y puntera como polos,
sangre aventada se desliza en mar;
ni cerca, ni jalón, chorros celestes
al mando del bastón borbotan, adivinan
en la sonrisa un aceite de lágrimas.

Rodea la noche en las cuencas
como luna de brea, el límite de los globos;
el día alumbra el hueso;
donde no hiela, el viento desollante
desprende los vestidos del invierno;
cendal de primavera
cuelga de los párpados.

Rompe la luz en secretos solares,
en vertederos de pensamiento, donde en la lluvia
pensamientos huelen;
cuando muere la lógica,
crece a través del ojo el secreto de la tierra,
y salta la sangre en el sol;
sobre predios baldíos, el alba se detiene.






ESTE pan que parto, en otro tiempo fue la avena, 
este vino en los frutos
de un árbol extraño se abismó; 
hombre en el día o viento en la noche;
abatieron las mieses, arruinaron el gozo de la uva.

En este vino antaño la sangre del verano 
tundió la carne que vistió la viña. 
En otro tiempo en este pan 
gozó la avena al viento; 
deshizo el hombre el sol, abajó el viento.

Esta carne que partís, esta sangre 
que en la vena desola 
fue avena y uva 
de la savia nacida y la raíz sensual.

Mi vino bebéis, mi pan quebráis.




                          Traducción de José Luis Fernández Castillo


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